lunes, 29 de diciembre de 2014

Pekín, China

Pekín o Beijing, literalmente la “capital del norte”, en contraposición con Nanjing, la “capital del sur”. Las distintas dinastías y conflictos políticos han alternado la sede capital del país. Nanjing lo fue durante diez dinastías, y partir de 1949 con la revolución de Mao, Pekín se ha establecido como sede del gobierno hasta la actualidad.
¡Bien! Ya sabemos tres palabras en chino: “bei” (norte), “jing” (capital), y “nan” (sur). La verdad que no es el vocabulario que uno primero aprende al viajar a un país extranjero, ni desde luego el más útil. Así que también he aprendido en mi estancia en China alguna que otra expresión que poder poner en práctica: “ni jao” (hola), “xiexie” (gracias), “chai chié” (adiós) y “wadyó X” (me llamo X). Eso sí, no me pidáis escribirlas en la grafía original porque si me ha costado memorizarlas y pronunciarlas medio decentemente, la escritura ya me parece absoluta misión imposible.
 
En este viaje, al ser de dos semanas he podido disfrutar de un fin de semana completo en la capital, y además acompañada de un colaborador de la compañía para la que trabajo como guía local, ¿qué más se puede pedir en un traviaje?
El sábado madrugamos para ir a la primera visita obligada de todo visitante a Pekín: la gran muralla. Más de 6.000 km de construcción perduran a día de hoy a lo largo de gran parte del territorio chino, de los que se estiman más de 21.000 fueron construidos desde el siglo V a.C hasta el XVI para defenderse de los mongoles y manchúes. Acudimos a uno de los tantos puntos por los que se puede acceder a visitarla: Badaling, a unos 80km de Pekín, y con acceso en teleférico para subir hasta ella. Cabe recordar que estamos en zona montañosa, algo en lo que yo no caí hasta llegar y darme cuenta de la diferencia de temperatura con la ciudad, por lo que a pesar de ser octubre y no un año especialmente fresco, rápidamente tuve adquirir mi primer souvenir en forma de sudadera afelpada oversize por la que no regateé ni un yuan (mi anfitrión enseguida me recordó que podría haberla sacado por la mitad, y mi respuesta sincera  –y todavía temblando– fue que estaba dispuesta a pagar por ella incluso el doble).
 

 
La sensación al poder recorrer unos metros de este monumento milenario es fascinante. Hay tramos que tienen una inclinación bastante complicada, personalmente tenía que recobrar aliento entre escalón y escalón, y a mi lado chinos longevos haciendo verdaderos esfuerzos y casi trepando por los peldaños. Me dijeron que es leyenda popular que todo chino debe visitar al menos una vez en su vida la muralla, y así debe ser porque estaba verdaderamente abarrotada. Como experiencia curiosa, en varias ocasiones nos pararon para hacerse fotos con nosotros, por lo visto es habitual que los locales demanden fotos con occidentales. Y como desmitificación también he de decir que no es cierto que la muralla se vea desde el espacio, de hecho a duras penas se distingue desde el avión nada más despegar.
La mañana del domingo la dedicamos a la segunda visita obligada en Pekín: la ciudad prohibida. O lo que es lo mismo, lo que ha sido el palacio imperial durante 5 siglos y 24 emperadores (catorce de la dinastía Ming y diez de la dinastía Qing). Se accede por la plaza Tiananmen, por lo que es perfecto para visitar también este emplazamiento tan remarcado en la historia reciente del país.

 
 
La visita a la ciudad prohibida puede llevar perfectamente un día completo. Dentro de su muralla se encuentran 980 edificios entre aposentos, salones, templos, etc. Símbolos abundantes son el dragón (símbolo de masculinidad) y el fénix (de feminidad), repetidos 5 ó 9 veces, que son números atribuidos a la majestuosidad de los emperadores. Destacar también el camino tallado en la piedra, por el que solo el propio emperador podía pisar. Y no era el único privilegio auto-otorgado, también era el único varón que podía vivir dentro del palacio, el resto o bien eran mujeres, o eunucos.




Una de las tardes del fin de semana la empleamos en ver el palacio de verano. No sé si es porque fue el primer palacio que visité, o porque la visita se hace más corta y amena, que casi diría que me gustó más que la propia ciudad prohibida. También influye mi debilidad por los sitios bañados por el agua, en este caso en forma de estanque en forma de tortuga. Caprichos del emperador, al igual que el empeño en construir un barco de mármol asegurando que navegaría “por su gracia divina”. Lástima que entre sus poderes no se incluyera el de alterar la densidad de los materiales, y la realidad cayó por su propio peso, como ya había comprobado Sir Isaac años antes.




La segunda tarde visitamos la ciudad olímpica, con el estadio del nido, y el pebetero con el fuego ya extinguido. Entre los edificios modernos, también llama la atención la controvertida sede de la televisión pública, que los locales apodan como "los pantalones".

 
 
Como visita cultural extra, el viernes antes de volver a casa nos escapamos a ver las tumbas de la dinastía Ming. También se encuentra a varios kilómetros a las afueras de la capital, no es tan espectacular como los conjuntos anteriores, pero también irradia historia por cada poro de sus piedras. Son 13 mausoleos esparcidos por un valle de más de 40 km2 construidos entre 1409 y 1609, aunque no todos han sido abiertos y expuestos al público.



 
Para la próxima vez me ha quedado pendiente el Templo del Cielo, que también me han recomendado no perderme y no pudo ser en esta ocasión. Siempre está bien dejarse algo para tener la motivación perfecta para volver a visitar la ciudad, ¿no?
De la experiencia diaria, primero destacar el acogedor recibimiento que me han brindado siempre. He visitado más de 3 compañías diferentes, y con todos los que he tratado he tenido un contacto profesional excelente. Otra cosa no tan remarcable que he encontrado en común es la suciedad, imagino que es inevitable, ya que con solo mirar al cielo (bueno al no-cielo, porque no se ve ni el sol, ni azul, ni nubes ni nada) es difícil no pensar en la cantidad de porquería que hay en el ambiente. Sé que se están haciendo esfuerzos, especialmente después de la conferencia APEC 2014, pero viendo el tráfico diario y la densidad de población no sé hasta cuánto se va a poder reducir la contaminación. Un ejemplo de las medidas tomadas: cada día hay dos números finales de matrícula de coche que no tienen permitido circular (si lo hacen, las multas son bastante altas). Y como experiencia, coger el metro supone empatizar con las conservas de sardinas...


 
Otra de las cosas bien conocidas de China es su gastronomía. Y aquí es donde para mí cada día es una lotería: igual encuentro un plato que disfruto muchísimo, como no doy con algo que satisfaga mi paladar. Ejemplos de ambos: de lo primero el pato estilo pequinés, que se come con pequeñas tortitas de arroz, tiras de pepino o cebollino, y salsa ¡Delicioso! De lo segundo, el “hot-pot”, un caldero donde se va hirviendo todo en el mismo agüita: verduras, marisco, pasta, tiras de carne, etc. Claro que ellos luego le dan sabor sumergiendo lo que han pescado del “pot” en salsas picantes, así cualquiera, y cualquier cosa que hayas pillado vale, pero a mí no me gusta el picante y aquí no me ponen kétchup ni mostaza para arreglarlo… Y donde definitivamente me han perdido es en la bebida y el postre. Suelen beber té muy caliente con la comida, sin azúcar porque no son aficionados a los sabores dulces. Y por este mismo motivo no suelen tampoco tomar postre, así que acabado el plato principal se pide la cuenta y nos vamos, y a mí me queda el huequecito ése que mi estómago acostumbra a guardar porque suele venir algo de chocolate, helado, o sucedáneo con alto porcentaje de glucosa.

 
Para ir finalizando, entre las cosas diferentes que me suelen llamar la atención en los traviajes son los vehículos. En este caso me ha encantado el Volkswagen “lavida”, ¿para cuándo en España? Y bueno en general la conducción, más que llamarme la atención me sobresalta, casi cada metro porque no respetan ni carriles, ni giros, ni dobles líneas continuas… Pitan constantemente, el que más mete el coche es el que pasa primero, y además no suelen usar los cinturones de seguridad (en casi todos los taxis que he subido ni siquiera hay en los asientos traseros).

Ir andando por la calle supone codazos inevitables,  y lo que más me molesta a diario es que escupen en cualquier lado y que sorben toda la comida y bebida (¡me he dado cuenta de que los chinos no saben beber! Tooodo lo sorben, slurp-slurp).

No quiero acabar la entrada con algo negativo. Destacaré también otro tópico que he corroborado: lo trabajadores que son. Incluso los domingos he visto gente trabajando en las obras, que qué decir tiene que son numerosísimas a las afueras de la ciudad. De hecho un dato reciente es que China ha generado en los últimos 3 años 6.600 millones de toneladas de cemento (por ponerlo en comparación, Estados unidos generó 4.500 millones en todo el siglo XX). En los centros donde yo he trabajado se ve mucha tecnología y mucho potencial humano. El gigante dormido ya ha despertado. Y lo que viene, no me queda duda.