Pekín o Beijing, literalmente la “capital del norte”, en
contraposición con Nanjing, la “capital del sur”. Las distintas dinastías y
conflictos políticos han alternado la sede capital del país. Nanjing lo fue durante
diez dinastías, y partir de 1949 con la revolución de Mao, Pekín se ha
establecido como sede del gobierno hasta la actualidad.
¡Bien! Ya sabemos tres palabras en chino: “bei” (norte),
“jing” (capital), y “nan” (sur). La verdad que no es el vocabulario que uno
primero aprende al viajar a un país extranjero, ni desde luego el más útil. Así
que también he aprendido en mi estancia en China alguna que otra expresión que
poder poner en práctica: “ni jao” (hola), “xiexie” (gracias), “chai chié”
(adiós) y “wadyó X” (me llamo X). Eso sí, no me pidáis escribirlas en la grafía
original porque si me ha costado memorizarlas y pronunciarlas medio
decentemente, la escritura ya me parece absoluta misión imposible.
En este viaje, al ser de dos semanas he podido disfrutar de
un fin de semana completo en la capital, y además acompañada de un colaborador
de la compañía para la que trabajo como guía local, ¿qué más se puede pedir en
un traviaje?
El sábado madrugamos para ir a la primera visita obligada de
todo visitante a Pekín: la gran muralla. Más de 6.000 km de construcción
perduran a día de hoy a lo largo de gran parte del territorio chino, de los que
se estiman más de 21.000 fueron construidos desde el siglo V a.C hasta el XVI para
defenderse de los mongoles y manchúes. Acudimos a uno de los tantos puntos por
los que se puede acceder a visitarla: Badaling, a unos 80km de Pekín, y con
acceso en teleférico para subir hasta ella. Cabe recordar que estamos en zona
montañosa, algo en lo que yo no caí hasta llegar y darme cuenta de la diferencia de temperatura con la ciudad, por lo que a
pesar de ser octubre y no un año especialmente fresco, rápidamente tuve
adquirir mi primer souvenir en forma de sudadera afelpada oversize por la que
no regateé ni un yuan (mi anfitrión enseguida me recordó que podría haberla
sacado por la mitad, y mi respuesta sincera –y todavía temblando– fue que estaba dispuesta
a pagar por ella incluso el doble).
La sensación al poder recorrer unos metros de este monumento
milenario es fascinante. Hay tramos que tienen una inclinación bastante
complicada, personalmente tenía que recobrar aliento entre escalón y escalón, y
a mi lado chinos longevos haciendo verdaderos esfuerzos y casi trepando por los
peldaños. Me dijeron que es leyenda popular que todo chino debe visitar al
menos una vez en su vida la muralla, y así debe ser porque estaba
verdaderamente abarrotada. Como experiencia curiosa, en varias ocasiones nos
pararon para hacerse fotos con nosotros, por lo visto es habitual que los
locales demanden fotos con occidentales. Y como desmitificación también he de
decir que no es cierto que la muralla se vea desde el espacio, de hecho a duras
penas se distingue desde el avión nada más despegar.
La mañana del domingo la dedicamos a la segunda visita
obligada en Pekín: la ciudad prohibida. O lo que es lo mismo, lo que ha sido el
palacio imperial durante 5 siglos y 24 emperadores (catorce de la dinastía
Ming y diez de la dinastía Qing). Se accede por la plaza Tiananmen, por lo que
es perfecto para visitar también este emplazamiento tan remarcado en la
historia reciente del país.
La visita a la ciudad prohibida puede llevar perfectamente
un día completo. Dentro de su muralla se encuentran 980 edificios entre aposentos,
salones, templos, etc. Símbolos abundantes son el dragón (símbolo de
masculinidad) y el fénix (de feminidad), repetidos 5 ó 9 veces, que son números
atribuidos a la majestuosidad de los emperadores. Destacar también el camino
tallado en la piedra, por el que solo el propio emperador podía pisar. Y no era
el único privilegio auto-otorgado, también era el único varón que podía vivir
dentro del palacio, el resto o bien eran mujeres, o eunucos.
Una de las tardes del fin de semana la empleamos en ver el
palacio de verano. No sé si es porque fue el primer palacio que visité, o
porque la visita se hace más corta y amena, que casi diría que me gustó más que
la propia ciudad prohibida. También influye mi debilidad por los sitios bañados
por el agua, en este caso en forma de estanque en forma de tortuga. Caprichos
del emperador, al igual que el empeño en construir un barco de mármol
asegurando que navegaría “por su gracia divina”. Lástima que entre sus poderes
no se incluyera el de alterar la densidad de los materiales, y la realidad cayó
por su propio peso, como ya había comprobado Sir Isaac años antes.
La segunda tarde visitamos la ciudad olímpica, con el
estadio del nido, y el pebetero con el fuego ya extinguido. Entre los edificios
modernos, también llama la atención la controvertida sede de la televisión
pública, que los locales apodan como "los pantalones".
Como visita cultural extra, el viernes antes de volver a
casa nos escapamos a ver las tumbas de la dinastía Ming. También se encuentra a
varios kilómetros a las afueras de la capital, no es tan espectacular como los conjuntos
anteriores, pero también irradia historia por cada poro de sus piedras. Son 13 mausoleos
esparcidos por un valle de más de 40 km2 construidos entre 1409 y
1609, aunque no todos han sido abiertos y expuestos al público.
Para la próxima vez me ha quedado pendiente el Templo del
Cielo, que también me han recomendado no perderme y no pudo ser en esta
ocasión. Siempre está bien dejarse algo para tener la motivación perfecta para
volver a visitar la ciudad, ¿no?
De la experiencia diaria, primero destacar el acogedor
recibimiento que me han brindado siempre. He visitado más de 3 compañías
diferentes, y con todos los que he tratado he tenido un contacto profesional excelente.
Otra cosa no tan remarcable que he encontrado en común es la suciedad, imagino
que es inevitable, ya que con solo mirar al cielo (bueno al no-cielo, porque no
se ve ni el sol, ni azul, ni nubes ni nada) es difícil no pensar en la cantidad
de porquería que hay en el ambiente. Sé que se están haciendo esfuerzos,
especialmente después de la conferencia APEC 2014, pero viendo el tráfico
diario y la densidad de población no sé hasta cuánto se va a poder reducir la
contaminación. Un ejemplo de las medidas tomadas: cada día hay dos números
finales de matrícula de coche que no tienen permitido circular (si lo hacen,
las multas son bastante altas). Y como experiencia, coger el metro supone
empatizar con las conservas de sardinas...
Otra de las cosas bien conocidas de China es su gastronomía.
Y aquí es donde para mí cada día es una lotería: igual encuentro un plato que
disfruto muchísimo, como no doy con algo que satisfaga mi paladar. Ejemplos de
ambos: de lo primero el pato estilo pequinés, que se come con pequeñas tortitas
de arroz, tiras de pepino o cebollino, y salsa ¡Delicioso! De lo segundo, el
“hot-pot”, un caldero donde se va hirviendo todo en el mismo agüita: verduras,
marisco, pasta, tiras de carne, etc. Claro que ellos luego le dan sabor
sumergiendo lo que han pescado del “pot” en salsas picantes, así cualquiera, y
cualquier cosa que hayas pillado vale, pero a mí no me gusta el picante y aquí
no me ponen kétchup ni mostaza para arreglarlo… Y donde definitivamente me han
perdido es en la bebida y el postre. Suelen beber té muy caliente con la comida,
sin azúcar porque no son aficionados a los sabores dulces. Y por este mismo
motivo no suelen tampoco tomar postre, así que acabado el plato principal se
pide la cuenta y nos vamos, y a mí me queda el huequecito ése que mi estómago
acostumbra a guardar porque suele venir algo de chocolate, helado, o sucedáneo
con alto porcentaje de glucosa.
Para ir finalizando, entre las cosas diferentes que me
suelen llamar la atención en los traviajes son los vehículos. En este caso me
ha encantado el Volkswagen “lavida”, ¿para cuándo en España? Y bueno en general
la conducción, más que llamarme la atención me sobresalta, casi cada metro
porque no respetan ni carriles, ni giros, ni dobles líneas continuas… Pitan
constantemente, el que más mete el coche es el que pasa primero, y además no
suelen usar los cinturones de seguridad (en casi todos los taxis que he subido
ni siquiera hay en los asientos traseros).
Ir andando por la calle supone codazos inevitables, y lo que más me molesta a diario es que
escupen en cualquier lado y que sorben toda la comida y bebida (¡me he dado
cuenta de que los chinos no saben beber! Tooodo lo sorben, slurp-slurp).
No quiero acabar la entrada con algo negativo. Destacaré
también otro tópico que he corroborado: lo trabajadores que son. Incluso los
domingos he visto gente trabajando en las obras, que qué decir tiene que son
numerosísimas a las afueras de la ciudad. De hecho un dato reciente es que
China ha generado en los últimos 3 años 6.600 millones de toneladas de cemento
(por ponerlo en comparación, Estados unidos generó 4.500 millones en todo el
siglo XX). En los centros donde yo he trabajado se ve mucha tecnología y mucho
potencial humano. El gigante dormido ya ha despertado. Y lo que viene, no me
queda duda.