viernes, 15 de mayo de 2015

Rouen, Francia

Rouen es el primero de los lugares sobre los que he escrito en el blog que ya había visitado anteriormente. Estuve de vacaciones por la Normandía francesa con mis padres un verano de hace ya unos años, y tenía vagos y buenos recuerdos de la cuidad, por lo que en un traviaje en que rondaba por la zona me decidí a hacer una breve visita y confirmar por qué esos  buenos recuerdos lo eran.

Mi recorrido por el casco antiguo comienza en la catedral de Nôtre-Dame de Rouen. Como es la hora de comer (francesa, cerca de las 13h), y el tiempo está muy variable, me cobijo en un restaurante con una cristalera con vistas a la catedral. Durante la comida se nubla, llueve y vuelve a salir el sol, y no puedo evitar sentirme como el mismo Monet inspirado por los cambios de luz sobre la fachada, en su serie de más de 40 óleos en distintos momentos del año.
 
 

Para redondear mejor un momento como éste, nada como que degustar unos quesos normandos, entre ellos el más conocido el Camembert.  Aunque en apariencia son muy similares (ese aspecto untuoso por dentro y con corteza dura), cada uno de ellos tiene un olfato y sabor intenso y diferente. Y ya que mencionamos la gastronomía, no puedo dejar de destacar las "galettes" de la zona: esos crepes salados de pasta más oscura que también me chiflan a cualquier hora del día. Ni el coulant de chocolate...
 

 
Tras haber recuperado fuerzas y el sol vuelve a salir, cruzo enfrente de la catedral donde está la Oficina de Turismo, ubicada en un histórico edificio renacentista que fue la antigua Oficina de Finanzas. Aquí comienza mi ruta para redescubrir la ciudad en unas horas.
 
Rodeo la catedral y me sumerjo en las callejuelas estrechas y adoquinadas, flanqueadas por casas irregulares con artesanado de madera, hasta desembocar en la Iglesia de Saint-Maclou.
 
 
Sigo a espaldas de la iglesia para llegar al Atrio de Saint-Maclou (un cementerio en la época de peste negra, ahora escuela de Bellas Artes que conserva un aire un tanto lúgubre).
 
 
Continúo hasta la Abadía de Saint-Ouen, que parte de ella se ha reconvertido ahora en el Ayuntamiento de la ciudad.

 
Me vuelvo a perder a través de varias callejuelas y placetas del casco antiguo para llegar hasta al imponente Palacio de Justicia (antigua sede del Parlamento de Normandía).

 
Bajo hasta la calle peatonal paralela donde se encuentra el "Gros Horloge" (Gran Reloj), un conjunto arquitectónico constituido por una atalaya gótica, una arcada, una esfera Renacentista y una fuente. El reloj en sí representa un sol con 24 rayos dorados y mide 2,5 metros de diámetro, y la punta de la aguja tiene forma de cordero (el  cordero es el emblema de Rouen, en alusión al trabajo de la lana que hizo de ella una ciudad próspera en el siglo XIV. Su bandera e iconos de la ciudad aún muestran esta imagen).
 
 
 
 
Desando un poco sobre mis pasos y continúo hacia la plaza del Viejo Mercado. Si habéis visitado Rouen es probable que ésta sea la imagen que más se recuerde de la cuidad, por su  excepcionalidad. Sin duda lo que más llama la atención es el techado insólito de la Iglesia de Santa Juana de Arco (en 1920, Juana de Arco es canonizada por la Iglesia y declarada heroína nacional por el Parlamento francés). La iglesia es erigida en 1979 en el mismo lugar en el que en mayo de 1431, a sus 19 años, fue quemada viva acusada de herejía por los ingleses después de haber luchado al frente del ejército real francés. En el interior, se pueden admirar las vidrieras Renacentistas de la antigua iglesia Saint Vincent. 
 
 

Y bueno sí, en la plaza del Viejo Mercado es cierto que hay un mercado, en consonancia con los colores y geometrías de la iglesia. Tampoco desmerecen las fachadas que enmarcan la plaza, manteniendo la misma estética con vigas de madera que dan ése encanto a toda  la ciudad.
 
 
A lo largo de este paseo por la catedral, las calles empedradas, el artesanado de madera,  el juicio de la Inquisición... no puedo evitar sentirme como inmersa en las tramas de las novelas medievales de "Un mundo sin fin" (Ken Follet ), o "La Catedral del Mar" (Ildefonso Falcones)  ̶  muy recomendables por cierto ambas lecturas. Y a diferencia de otros destinos más exóticos, tampoco puedo evitar sentirme como en casa, como que ésta es parte de mi historia, de nuestros escenarios, de nuestra cultura. Este suelo es por el que ha pasado el imperio romano, las cruzadas, los artistas del Renacimiento, las guerras mundiales...
No quiero dejar de mencionar que por supuesto Rouen sigue creciendo como una capital moderna. Y como muestra, destacar el puente levadizo Gustave Flaubert, el más alto de Europa, sobre el río Sena (que no sólo pasa por París, también baña las orillas de Rouen aguas abajo). Este puente tiene la peculiaridad de que sus dos pasarelas se elevan gracias a un sistema de poleas que actúan a modo de palancas, y ofrecen un espectáculo peculiar para los amantes de la arquitectura y la ingeniería.

 
Y a pesar sentir esa cercanía cultural, trabajar con los franceses supone una tensión extra, será por esa rivalidad vecinal, esa sensación de que tenemos que demostrar que no desmerecemos ni un ápice de profesionalidad, en contra de la imagen que nos precede. Aportar trabajo de calidad, tecnología y fiabilidad desde España a Francia supone un orgullo interno adicional que no puedo evitar, que no he sentido tan intenso en otros traviajes. Y lo mejor de todo, que en poco más de una hora de vuelo y sin escalas estoy de nuevo en casa comiendo paella o tortilla de patata.

1 comentario:

  1. Pues mira, no lo tenía yo en mi lista de lugares para visitar pero después de leerte me temo que he cambiado de opinión...No sólo por la arquitectura, sino porque los platos típicos me parecen lo más ¡y encima pilla a mano! ¡Un besazo guapa! ¡Feñiz de leerte!

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