Rouen es el primero de los lugares
sobre los que he escrito en el blog que ya había visitado anteriormente. Estuve
de vacaciones por la Normandía francesa con mis padres un verano de hace ya
unos años, y tenía vagos y buenos recuerdos de la cuidad, por lo que en un
traviaje en que rondaba por la zona me decidí a hacer una breve visita y
confirmar por qué esos buenos recuerdos
lo eran.
Mi recorrido por el casco antiguo
comienza en la catedral de Nôtre-Dame
de Rouen. Como es la hora de comer (francesa, cerca de las 13h), y el tiempo
está muy variable, me cobijo en un restaurante con una cristalera con vistas a
la catedral. Durante la comida se nubla, llueve y vuelve a salir el sol, y no
puedo evitar sentirme como el mismo Monet
inspirado por los cambios de luz sobre la fachada, en su serie de más de 40
óleos en distintos momentos del año.
Para redondear mejor un momento
como éste, nada como que degustar unos quesos normandos, entre ellos el más
conocido el Camembert. Aunque en apariencia son muy similares (ese
aspecto untuoso por dentro y con corteza dura), cada uno de ellos tiene un
olfato y sabor intenso y diferente. Y ya que mencionamos la gastronomía, no
puedo dejar de destacar las "galettes" de la zona: esos crepes
salados de pasta más oscura que también me chiflan a cualquier hora del día. Ni
el coulant de chocolate...
Tras haber recuperado fuerzas y
el sol vuelve a salir, cruzo enfrente de la catedral donde está la Oficina de
Turismo, ubicada en un histórico edificio renacentista que fue la antigua Oficina de Finanzas. Aquí
comienza mi ruta para redescubrir la ciudad en unas horas.
Rodeo la catedral y me sumerjo en las callejuelas estrechas y
adoquinadas, flanqueadas por casas irregulares con artesanado de madera, hasta
desembocar en la Iglesia de
Saint-Maclou.
Sigo a espaldas de la iglesia
para llegar al Atrio de Saint-Maclou
(un cementerio en la época de peste negra, ahora escuela de Bellas Artes que
conserva un aire un tanto lúgubre).
Continúo hasta la Abadía de Saint-Ouen, que parte de ella
se ha reconvertido ahora en el Ayuntamiento de la ciudad.
Me vuelvo a perder a través de
varias callejuelas y placetas del casco antiguo para llegar hasta al imponente Palacio de Justicia (antigua sede del
Parlamento de Normandía).
Bajo hasta la calle peatonal
paralela donde se encuentra el "Gros
Horloge" (Gran Reloj), un conjunto arquitectónico constituido por una
atalaya gótica, una arcada, una esfera Renacentista y una fuente. El reloj en
sí representa un sol con 24 rayos dorados y mide 2,5 metros de diámetro, y la
punta de la aguja tiene forma de cordero (el
cordero es el emblema de Rouen, en alusión al trabajo de la lana que
hizo de ella una ciudad próspera en el siglo XIV. Su bandera e iconos de la
ciudad aún muestran esta imagen).
Desando un poco sobre mis pasos y
continúo hacia la plaza del Viejo
Mercado. Si habéis visitado Rouen es probable que ésta sea la imagen que
más se recuerde de la cuidad, por su
excepcionalidad. Sin duda lo que más llama la atención es el techado
insólito de la Iglesia de Santa Juana de
Arco (en 1920, Juana de Arco es canonizada por la Iglesia y declarada
heroína nacional por el Parlamento francés). La iglesia es erigida en 1979 en
el mismo lugar en el que en mayo de 1431, a sus 19 años, fue quemada viva
acusada de herejía por los ingleses después de haber luchado al frente del
ejército real francés. En el interior, se pueden admirar las vidrieras
Renacentistas de la antigua iglesia Saint Vincent.
Y bueno sí, en la plaza del Viejo
Mercado es cierto que hay un mercado, en consonancia con los colores y
geometrías de la iglesia. Tampoco desmerecen las fachadas que enmarcan la plaza, manteniendo la misma
estética con vigas de madera que dan ése encanto a toda la ciudad.
A lo largo de este paseo por la
catedral, las calles empedradas, el artesanado de madera, el juicio de la Inquisición... no puedo
evitar sentirme como inmersa en las tramas de las novelas medievales de "Un
mundo sin fin" (Ken Follet ), o "La Catedral del Mar" (Ildefonso
Falcones) ̶ muy recomendables por cierto ambas lecturas. Y
a diferencia de otros destinos más exóticos, tampoco puedo evitar sentirme como
en casa, como que ésta es parte de mi historia, de nuestros escenarios, de nuestra
cultura. Este suelo es por el que ha pasado el imperio romano, las cruzadas,
los artistas del Renacimiento, las guerras mundiales...
No quiero dejar de mencionar que por
supuesto Rouen sigue creciendo como una capital moderna. Y como muestra,
destacar el puente levadizo Gustave
Flaubert, el más alto de Europa, sobre el río Sena (que no sólo pasa por
París, también baña las orillas de Rouen aguas abajo). Este puente tiene la
peculiaridad de que sus dos pasarelas se elevan gracias a un sistema de poleas
que actúan a modo de palancas, y ofrecen un espectáculo peculiar para los
amantes de la arquitectura y la ingeniería.
Y a pesar sentir esa cercanía
cultural, trabajar con los franceses supone una tensión extra, será por esa
rivalidad vecinal, esa sensación de que tenemos que demostrar que no
desmerecemos ni un ápice de profesionalidad, en contra de la imagen que nos
precede. Aportar trabajo de calidad, tecnología y fiabilidad desde España a
Francia supone un orgullo interno adicional que no puedo evitar, que no he
sentido tan intenso en otros traviajes. Y lo mejor de todo, que en poco más de
una hora de vuelo y sin escalas estoy de nuevo en casa comiendo paella o
tortilla de patata.